El renacer de los cobardes
Parte uno...
El otro día me preguntaban qué es lo que más detesto. Debo decir, con toda seguridad y después de pensarlo seriamente: detesto a los cobardes.
Por ejemplo, yo entiendo que hay que tener cojones para ser un suicida, pero más hay que tenerlos, mucho más, para enfrentarse a la vida con todos su jugueticos. A eso me refiero cuando uno quiere arriesgarse con una muchacha, casarse, tener hijos, ¡que se yo!, hasta divorciarse. Al fin y al cabo, eso también forma parte de la vida, creo.
Pero hay cosas que uno puede justificar. Por ejemplo, uno conoce casos de personas que en algún momento, por razones adversas, tuvieron que salir huyendo de su país. Tengo un amigo que su padre fue un militar golpista en un país latinoamericano. Al fallar, tuvo que recoger a sus familiares y salir disparado a Venezuela. Eso se entiende, aunque no se apoye.
Pero... - aquí es donde me pongo fuerte - aquí hay gente que se fue, que pidió hasta asilo porque decían que eran perseguidos del gobierno. Después son la triste resistencia mayamera de Venezuela. ¿Resistencia por Internet? ¿Resistencia a qué cosa? Nunca lo entendí.
Debo decirlo descarnadamente. ¿y qué pasa con nosotros los que nos quedamos, los desempleados por la otrora lista de Tascón que malamente pretenden olvidar, los que tenemos que calarnos los engaños gobierneros del estado, los que sufrimos como pueblo todas las torpezas de la Venezuela chavista?
Como reportero, como activista político, como ciudadano, he recibido, como muchos, las amenazas del estado y su gente. Y no me he ido.
Miguel Hernández, poeta español, antifranquista, pasó muchos años bajo la sombra de la bota amenazante y no dejó de ser uno de las plumas más resistentes de la revolución antiderechista española. No huyó. Murió en la cárcel. Pero esa es una herida que todavía llora España. No era un cobarde. Pero huir de Venezuela, ¿por el miedo a pelear? ¿Por el miedo a sentirse menos? ¿Por el miedo a qué?
El asunto es que mientras más se van, cada día somos menos los que resistimos. Así no se resiste.
Parte uno...
El otro día me preguntaban qué es lo que más detesto. Debo decir, con toda seguridad y después de pensarlo seriamente: detesto a los cobardes.
Por ejemplo, yo entiendo que hay que tener cojones para ser un suicida, pero más hay que tenerlos, mucho más, para enfrentarse a la vida con todos su jugueticos. A eso me refiero cuando uno quiere arriesgarse con una muchacha, casarse, tener hijos, ¡que se yo!, hasta divorciarse. Al fin y al cabo, eso también forma parte de la vida, creo.
Pero hay cosas que uno puede justificar. Por ejemplo, uno conoce casos de personas que en algún momento, por razones adversas, tuvieron que salir huyendo de su país. Tengo un amigo que su padre fue un militar golpista en un país latinoamericano. Al fallar, tuvo que recoger a sus familiares y salir disparado a Venezuela. Eso se entiende, aunque no se apoye.
Pero... - aquí es donde me pongo fuerte - aquí hay gente que se fue, que pidió hasta asilo porque decían que eran perseguidos del gobierno. Después son la triste resistencia mayamera de Venezuela. ¿Resistencia por Internet? ¿Resistencia a qué cosa? Nunca lo entendí.
Debo decirlo descarnadamente. ¿y qué pasa con nosotros los que nos quedamos, los desempleados por la otrora lista de Tascón que malamente pretenden olvidar, los que tenemos que calarnos los engaños gobierneros del estado, los que sufrimos como pueblo todas las torpezas de la Venezuela chavista?
Como reportero, como activista político, como ciudadano, he recibido, como muchos, las amenazas del estado y su gente. Y no me he ido.
Miguel Hernández, poeta español, antifranquista, pasó muchos años bajo la sombra de la bota amenazante y no dejó de ser uno de las plumas más resistentes de la revolución antiderechista española. No huyó. Murió en la cárcel. Pero esa es una herida que todavía llora España. No era un cobarde. Pero huir de Venezuela, ¿por el miedo a pelear? ¿Por el miedo a sentirse menos? ¿Por el miedo a qué?
El asunto es que mientras más se van, cada día somos menos los que resistimos. Así no se resiste.
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