Desde que soy parte de la comunidad "carrito-por-puesto" he tenido la oportunidad de conocer un mundo desconocido: el del vallenato.
Digamos lo siguiente: ¿Qué vallenato conoce uno? Si acaso alguno del Binomio de Oro, o cuanto mucho algo de Pastor López. Pero más que eso, no mucho. Decir que se conoce algo más que eso sería ya una exageración, más bien.
El vallenato es una parte de la industria cultural que se remite a mi parecer solamente a los carritos. Aquellos asuntos del amor pegostoso, que las muchachas de servicio y niñas de primer año tararean al compás del acordeón, y que a muchos machos machotes ha hecho suspirar, sólo se ven en los carritos. Y no exagero, porque en mi corta memoria no recuerdo otro lugar donde ocurra eso.
Ni hablar de las amigas que cantan a todo gañote la canción, y que entre coro y estribillo cuentan "te acuerdas, te acuerdas, cuando la fiesta esa que conocimos a fulanito", o "el día ese del despecho aquel".
El cuento es que con los años debo decir que casi las reconozco, que sé quién canta qué cosa, así como también reconozco cuando una muchacha canta el despecho sentada en el asiendo de la cocina, o sólo le gusta el osito dormilón. Es más, puedo decir que me sé algunas.
El asunto es que siempre se escucha por ahí eso de la "transculturización", achaque que sólo se le aplica a la "American way of life". ¿Y qué pasa con el "colombian style"? Sí, el que se nos metió en el transporte masivo, que es más fuerte que la propaganda y que la mentira.
Digamos que Goebells tenía medianamente razón. Quizás sea verdad que una mentira repetida mil veces sea verdad. Pero no necesariamente la mentira queda en la cabeza de los incautos, de esos millones que se suben y bajan de los carritos, e innegablemente de nosotros, que ya me sé unas cuantas.
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