junio 07, 2007


Quien conoce la función que tiene la clavícula sabe que es un hueso fundamentalmente necesario del cuerpo. Mi historia para entender lo que es una clavícula comienza así:
Era una tarde de esas en la que ladillados en el colegio nos pusimos con una pelota a patear de aquí para allá. Obvio, necesitamos un poco más, así que como era la costumbre, tomamos por asalto las canchas de fútbol (éramos ya grandes, no había derecho a pataleo). Cañón, un pana que hacia galas de su pata pesada para patear pelotas de lado a lado de la cancha y canillas de oponentes, sacó la pelota desde el área, hacia casi el área contraria, donde se encontraba Alfredo y Roberto, quienes de un salto se jugaron la pelota. Alfredo ganó la pelota, pero del golpe en el aire perdió el equilibrio y cayó de medio lado, justo en el hombro, lo que le partió la clavícula en dos.
El hombro quedó más abajo de lo normal, le colgaba el brazo y no podía moverlo. Así entendimos que coño era la clavícula, y para que servía. También lo que dolía.

Los primeros Libros
Era de noche, y tenía ya varias horas en casa de Sandra. Decía que era peligroso que me fuera a la casa a esa hora, así que amablemente me ofreció una de las habitaciones de la casa para descansar ese día. A la mañana siguiente teníamos que hacer algunas cosas fuera de El Recinto (le decía El Recinto, nunca entendí por que, pero siempre pensé que era una traducción mala de su francés, o una manera de darle caché a una casa en el centro de Caracas).
El aburrimiento me mataba porque mi querida bruja, por más informada que estaba de todo lo que pasaba en el universo, era enemiga acérrima del televisor. Siempre pensé que era por sus obvias artes adivinatorias, pero después descubrí que era porque pese a que la TV le molestaba, el Internet le apasionaba.
También, El Recinto era una gran biblioteca, llena de libros increíbles. Leer los títulos era una cosa de recordar mis investigaciones sobre la magia, la hechicería, la brujería, la adivinación, la astrología, ni hablar de la alquimia y de cuanta cosa tenga que ver con las artes oscuras. De hecho, el atractivo olor a cuero viejo, a páginas roídas, a todas esas cosas que quería saber, eran simplemente maravillosos.
Ataviada de blanco, Sandra entra al cuarto con una vela en la mano, que iluminaba la habitación con un brillo incomprensible. Yo tenía a medio sacar un libro sobre botánica de Paracelso. “Ese es un librito. Es divertido para la gente que quiere empezar a entender estas cosas, pero no me extrañaría para nada que ya lo tuvieras”, dijo con una risa oculta, porque sabía que ya tenía el libro, sólo que me daba curiosidad conocer la edición que ella tenía. “No es la botánica de Paracelso, son sus notas personales”. Mi reacción fue devolverlo a la biblioteca.
Ella saca el libro y aparta una serie de cosas de la mesa de madera que estaba en medio. Lo abre y me muestra los manuscritos. Me recuerda las cosas de la que es capaz la mandrágora, me recuerda las bondades afrodisíacas de la rúcula, los aromas del romero para el amor, pero también me muestra cosas que en el libro editado no existen, como los venenos naturales y plantas inofensivas que pueden causarte la muerte.
Aunque pasamos horas en eso. No hubo ninguna cosa incesante en las notas de Paracelso. Sandra no tenía ningún interés de introducirme a la botánica.
“Ven acá”, me dijo. Y me llevo a una parte de la biblioteca. El dedo largo y delgado empezó a buscar título por título, que siseaba en francés, e iba tomando libros y me los ponía en las manos. Cuando eran ya seis, me pidió que los pusiera en la mesa.
Una ligera brisa entro por la ventana y la dama comenzó a recitar en francés algo que decía más o menos así: “La brujería es solamente una palabra en la boca de los hombres, aquella con la cual se conjura al enemigo espiritual o al enemigo a secas. Los brujos o brujas, no son más que las víctimas propiciatorias de la adversidad. ¿Dónde está, Razón, tu victoria en este mundo de miedos y odio, en el que la Luz aparece solamente con destellos en la noche” pronunció sobre un libro grande y pesado, con la mano derecha elevada a los cielos. La vela se apagó pero era inevitable ver que el pentáculo de la tapa despedía una luz centellante. “La brujería es la hija de las miserias. Es la esperanza de los rebeldes. Es el fruto de la rebelión, maldecido por las Iglesias y por el poder”.
De golpe el libro se abrió con un golpe de viento. “Yo soy hija de Sainte-Sévère-sur-indre, descendiente de la druidesa. Asesinada por los hombres de fe por su poder sobre la naturaleza. No existe índice ni anular que rompa el hechizo de los hijos de la druidesa. No existe ni cántico ni conjuro que me pueda anular. No existe pira que queme mis carnes, porque como dice el gran libro, de barro estoy hecha y en barro me convertiré cuando la voluntad del señor sea cumplida, cuando el Lucífugo tenga el coraje de recibir a esta alma empeñada, cuando la muerte tenga el coraje a cortar el hilo del destino”.
Las palabras brillaban en la noche. Las hojas se convirtieron en una llamarada de fuego blanco, y la ventana se convivió en un vendaval que lanzó los libros de la estantería al suelo.
“Bestias de lana, yo os tomo en nombre de Dios y de la muy Santa y Sagrada Virgen María. Ruego a Dios que el desangramiento que voy a hacer revierta y aproveche a mi voluntad, yo te conjuro para que rompas y quebrantes todos los sortilegios y encantamientos que pudieran haber penetrado en los cuerpos de mi viviente rebaño de bestias de lana, aquí presente ante Dios y ante mí, y que está bajo mi cargo y custodia. En nombre del padre, del hijo y del espíritu Santo y de Juan Bautista y a San Abraham”.
Luego un temblor nos lanzó al suelo y con la mano izquierda, en el piso recitó: “Astarin, Astaroh, que es Bahol, yo te entrego mi rebaño a tu cargo y a tu custodia; y para tu salario yo te daré bestia blanca o negra, la que me plazca. Yo te conjuro, Satarin, para que me las protejas en todo lugar de estos vergeles diciendo Hurlupapin”.
Tomando mi muñeca, recitó: “Señores de las alturas y de los infiernos. Solicito el permiso de las almas y de los hombres para que mi iniciado pueda acceder a los conocimientos de la magia y la hechicería, a los textos secretos de nuestra orden”.
Un fuerte ardor se me presentó en la muñeca. La vela se encendió de nuevo y el viento cesó. Tenía en mi muñeca izquierda una forma de tres puntas.
Sandra miró el sello, soltó una carcajada, y me dijo: “La Triquetra… la trinidad santa: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Indivisibles. Iguales. El círculo es eternidad. Representan Igualdad, Eternidad e indivisibilidad. Nosotros la interpretamos como Virgen, Madre y Anciana. También como vida, muerte y renacer. Las tres fuerzas de la naturaleza: agua, aire y viento”.
En mis manos colocó seis libros. La Clavícula de Salomón. El libro mágico del Papa Honorio. El libro del dragón rojo, mejor conocido como el arte de gobernar los espíritus celestes, etéreos, terrenales e infernales. La Démonomamie. El necronomicón. Finalmente, la Kabalah”.
“tienes seis días y seis noches”, finalizó…

Siete dias, Siete noches
Las palabras pasaban una tras una, parecía que la noche era interminable y los días eran eternos, la casa estaba iluminada por la única y pavorosa vela que no se inmutaba a las respiraciones de los mortales ni a los soplos de la calle, solo un ligero golpe de hoja hacia que flaqueara en su llama.
Así pasaban los dragones rojos alrededor de mi cabeza. Tejiendo conjuros letra por letra en la inmensidad del cuarto. El olor a las páginas rancias y a dedos húmedos comenzaba marearme. Algo que me recordaba que uno debía evitar lamerse los dedos después pasar las paginas del libro de un mago, pues siempre las rociaban con polvo de mandrágora para evitar los tontos y curiosos supieran sus secretos.
Pero eran horas de incienso y marihuana, y la mandrágora esa simplemente un trago más de un coctel de palabras enredadas y conjuros inocentes, y otros no tanto. Pase desde los hechizos y conjuros para encantar rebaños, pasando por los embrujos para destruir sembradíos completos, convertir el agua en sangre, esas tonterías de ilusionistas y malvados. También están maldiciones malintencionadas, de las supuraciones de la piel para los traicioneros, los vómitos interminables para los mentirosos, la caída del cabello para las mujeres lujuriosas, y provocar el suicidio a los enemigos.
Pero esas, esas cosas son las que menos importaban. Las artes de la alquimia, los conjuros, las cartumancia, la necromacia, a adivinación, la gemología, la convocatoria de espíritus poderosos y almas necesarias, eso no tenia importancia.
Sólo buscaba una sola cosa. Como provocar el fuego a voluntad…

Sandra decía que el universo es el equilibrio.


Soy la luz de las Estrellas
que parpadea en lo alto
brillando diamantina
en el cielo de ébano.
Soy la amiga del marinero
y la búsqueda del
astrónomo;
la sábana gloriosa de nuestra Madre
y su
invitada.

Pero yo soy, también,
algo más profundo y aún más
cosas
(casi olvidadas pero escritas en la tradición).
Por ello, llámame y
desea que esté cerca de ti,
seduciéndote desde la ventana
desde donde me
miras,
trayéndome tus deseos y tus ilusiones más honestas,
tus fantasías
apasionadas o tu fuego inquieto.

Dámelos a mí con una ferviente
petición
y yo los haré arder hasta que den fruto.

Después de múltiples intentos, una hoja me dio la clave. Con el dedo tome la llama de la vela, la que pronto se expandió en toda mi mano. La llama quemó los vellos de la mano y el olor a chamuscado invadió toda la casa. Sandra apareció de la nada, bañada de sudores hediondos. Su blanca vestidura parecía más bien una túnica gris cenicienta. Su mano huesuda tocaba mi cabeza y me decía. Concentra tus demonios en la palma, concentra sus dolores y tus placeres, concentra la paz que no consigues, concentra tu alma en la palma. Eres uno y muy poderoso hombre, busca el equilibrio, busca el equilibrio.
Nathaniel apareció de la nada, y con la mano siniestra tocó mi cabeza y recitó vehementemente las palabras del Credo hacia atrás tres veces, luego hacia delante. Bañó mi frente de agua bendita. Sandra y Nathaniel, soplaron mis ojos. Y una bola de fuego se formó en mi mano y en unos segundos estalló para bañar la habitación de luz…

Al despertar estaba Maria formando un escándalo de padre y señor nuestro.
El olor a humo y a hierbas curtía el ambiente. Para eso Maria estaba abriendo las ventanas. Para sacar el olor a rancio y sudado de la habitación. “ni en una fiesta coño… usted hace tanto desastre. ¿Me puede explicar?”. Negué con la cabeza…

Las dudas
Era domingo, y tuve la necesidad de ir a ver a Nathaniel. Al entrar a la iglesia, encontré al joven cura ofreciendo la misa. Y en pleno sermón se detuvo a mirarme y sonreír. Y dijo estas palabras:
“De perseguidos, de negados, de rechazados, de mentirosos y asesinos se le califica a los que disienten. De disentir podemos decir muchas cosas, y de eso podemos hablar muchas veces. Venezuela es un país lleno de hombres y mujeres que por disentir perdieron la vida, por disentir nunca callaron sus voces y morir por unos ideales, y morir por un futuro que deseaban, y morir por que sus hijos no vivieran en la opresión. Perseguidos llamaban a los que creían que dios estaba en otro lado y fueron quemados en la hoguera. Negados fueron los que pensaban en la ciencia como respuesta a las incógnitas que la fe nunca pudo responder. Mentirosos fueron llamados los que a viva voz escucharon las voces de los Ángeles, de los santos, de su propia conciencia, y lucharon por la libertad de sus pueblos en las guerras para después ser quemados en la pira de los inocentes y justos. De asesinos fueron calificados los muchachos que simplemente aprendieron que la muerte de algunos podía salvar a un pueblo completo. No se trata de creer o no creer. Se trata de ser autentico y ser honesto. Se trata de ser justos con nosotros y nuestra historia. La luz esta cerca”, finalizó…

Siempre lleno de dudas, aún no puedo comprender las palabras de Nathaniel. No puedo entender si se trataba de mi pasión por la brujería y la magia, o por mis labores en el periodismo. Después de unos cuantos tragos de vino, conversamos.

Sandra sirvió el mismo delicioso Te de Coca que acostumbraba servir todas las tardes. Ella decía que era una de las pocas cosas que le habían encantado de Latinoamérica. Después de una mirada contemplativa dijo: “muchacho como has cambiado”.
Eche a reír y me quedé encantado por sus palabras. Con las puntas de los dedos tome la llama de la vela y jugué con ella como si fuera una pequeña metra, la pasé entre los dedos y luego la volví a colocar en su vela.
Ella sonrió… “Recuerda que estas aprendiendo comprender a la naturaleza. Solo eso”. La tarde pasó apaciblemente entre una conversa y otra. Uno tras otros puse los libros sobre su mesa. Duda tras duda le pregunté a la bruja cada una de las anotaciones que tenía en un cuadernito. “las dudas son apenas las preguntas a las respuestas a las cosas que conocerás en un futuro. Yo no voy a responder a ninguna de ellas. Los libros son tuyos”.
Abrí La Clavícula de Salomón y me encontré en hebreo lo siguiente:


“Maldito quien en vano tomará el Nombre de Dios y maldito quien mal empleará las Ciencias y los bienes con los que El nos ha enriquecido. Te pido, hijo mío, que grabes bien en tu memoria todo cuanto te digo, para que no se te borre nunca, o, por lo menos, te mando que si no tuvieses deseo de usar para bien los secretos que te enseño, antes eches al fuego este mi testamento, que abusar del poder que te doy de obligar a los espíritus, pues te advierto que estos ángeles bienhechores, cansados de tus ilícitas demandas, podrían ejecutar para tu desdicha las órdenes del Dios supremo, así corno para la desdicha de todos los que, mal intencionados, abusaren de los Secretos que se me han revelado. De todas formas, hijo mío, no creas en absoluto que no te sea permitido gozar de los bienes y placer que esos espíritus divinos puedan darte; sino al contrario, para ellos es un gran placer el rendir servicio al hombre, mientras éste no abuse en absoluto de su bondad. Por otra parte, hay muchos de esos espíritus que tienen mucha afinidad con el hombre e inclinación hacia él, al haberles destinado Dios sobre todo a la conservación y conducción de las cosas terrenas que están sometidas al poder del hombre”.


Ella sonrió, y con su mano huesuda cerro el libro. “¿Cuando me invitas a almorzar, joven maestro?” dijo…

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