abril 29, 2011

Los encuentros intelectuales del Facebook


Tuve un encuentro casual con el Facebook de Vasco Szinetar. En estos momentos de mi vida, donde todo huele a cambios, encuentros, aciertos y construcciones, he tenido unos rebotes intelectuales con el periodismo que tanto amo, con mi escuela de libros y libros, con mi atolondrado trabajo en la web y mis amigos. Esos que siempre están de alguna manera rondando las iluminaciones.
Debo reconocer que Szinetar lo conozco por sus fotos… siempre me han intrigado el ángulo crítico de su fotografía, sin embargo, el otro día topé con su Facebook y con algunas fotos donde salían personajes que han llenado mi vida de alguna manera: mi bien respetado Teodoro, quien me lo crucé en más de una ocasión en los pasillos de algunos partidos políticos en los que trabajé, y recibí siempre un buen saludo: quizás de político, quizás de colega. A Sergio Dhabar, un personaje que hizo de El Nacional una escuela y que en ocasiones, logré recibir de sus manos aquellos reconocimientos que daban dentro del periódico por algunos trabajos que merecían la firma del pasante. De mi querida poeta Yolanda Pantin, de quien en años siempre fui harto seguidor suyo, de sus poemas y de sus cuentos… Ni hablar de una foto interesantísima del grupo Calicanto, algo difícil de explicar.
Pero en especial, hubo un pequeño resumen de rostros, de esos rostros del periodismo que tanto amo, que son fundamentales para la vida en el suelo mortal, muchos maestros, de salones, de redacciones, de calle y de vida, pero especialmente, amigos de años que hacen del periodismo venezolano una joya con nombres y apellidos.
Sin conocer a Szinetar, logró conectarme con aquello que me conforta: con la poesía, con la literatura, con el periodismo, e indiscutiblemente, con la fotografía. Espero tener encuentros cercanos con estos tipos más a menudo…

abril 12, 2011

Sobre hacer el amor - Concurso Cartas de Amor Mont Blanc 2011

Ya que no quedé seleccionado, puedo sentirme en la libertad de publicar en mi querido blog la carta que envié a Cartas de Amor de Mont Blanc este año. Digamos que el concurso se ha hecho una costumbre para mi, pero de todas las cosas que se me ha ocurrido escribir, ésta, creo, es la que más me gusta.
Debo aceptar que leí unas cuantas y hay muchas cartas que podrían ser finalistas, mas... debo reconocer que en algunas hay un nivel destacable  -pese algunas finalistas que no le veo el por qué- que dejarían las epístolas desgarradoras de Bolívar a su manceba Manuelita (perdónenme a quienes consideren otra cosa) por detrás de la ambulancia.
Por otro lado, otras cosas que leí hablan muy mal de nosotros mismos. Creo que hubo quienes se la tomaron deportivamente y le dieron a la tecla con lo primero que se le ocurrió. Otros no se les ocurría nada pelaron por el descaro de escribir cartas como "a mi país", muy original en estos tiempos. 
Debe ser que yo tengo la hojilla muy afilada o es que tengo la maña demoledora de querer hacer añicos la inspiración popular, empezando porque pese a que toda la vida (desde mis primeras lecturas de poesía de Gustavo Adolfo Becquer para acá, ya hace bastantico) considero que escribir del amor es muy jodido, es un atrevimiento hacerse de las letras leídas y querer convertirlas en algo propio...
Obviamente, gente como Carlitos Omobono, como Teo Castro, Carlita Angola, el mismo Max Romer, Claudio Nazoa (hijo de gato... come huevo), Helena Ibarra, o la propia, Jaqueline Goldberg, tendrán en cuenta que lo que digo es cierto... Decir amor es tan fácil... pero... 
Hacerla palabra escrita remueve los versos leídos y las novelas atragantadas hoja por hoja, los diálogos inacabables de las telenovelas, las frases escritas en los asientos de la camioneta, las tarjetas de San Valentín y de cientos de cientos de manuscritos guardados en carpetas de manila o en lo más recóndito de nuestra computadora, que escribir amor, para quien escribe, es toda un reto a nuestra sensible inteligencia.
Escribir es, hacer del amor un acto tatuado en el papel, con sus dolores incluidos... no esa vaina que están como finalistas!

abril 06, 2011

Palabras más, palabras menos…

Era casi las doce de la noche cuando recibí la llamada que me quito el sueño… Gustavo murió. De inmediato hice todo lo posible para no entrar en pánico. Mi hermano del alma, mi compañero de tantas cosas, había dejado de vivir el día preciso, en la hora cero: a las doce de la noche en el día de su cumpleaños.
No he parado de recordar tantas cosas. De preocuparme, de no creérmelo, de sencillamente negarlo.  La noche paso, gracias a Dios, sin desparpajo bajo la duermevela de aquel que quiere cerrar los ojos para no recordar, con la esperanza de que al despertar, no haya pasado nada.
Con el teléfono en la mano tratando de llamarlo, llamó Roberto. Tampoco se lo creía. Pero quien se lo iba a creer, cuando horas atrás estábamos pensando en tortas y tragos para ese día. Sencillamente, tuvimos que sacar el traje y la corbata sin colores, cualquier cosa menos eso imaginábamos.
Sólo he pensado en una cosa desde la noticia. Poesía. En libros, en poetas, en versos y en lecturas y relecturas necesarias, en discusiones eternas hasta la madrugada, en cuentos y en novelas, en borradores y correcciones, en papeles y cientos de rayas rojas y azules. En fútbol y Monopolio, y también algo de fútbol.  En cientos y cientos de fiestas, en poesía y en poetas, en libros y novelas, en esa maña incomprensible que tenías con Cortázar, en Huidobro, en Alejandra Pizarnik y en unas hojas de un manuscrito recién terminado que leí de un tirón en un salón de boliche llamado “No repitas mi nombre”.
Sin embargo, más fuerte que nada, la generación del 27, nuestros maestros. Una escuela que sólo puede ser rondada de la mano de un personaje como Gustavo, quien sin duda omitía los comentario prologales para explicarte los brillos esenciales de García Lorca, de los riesgos personales de los versos de Luis Cernuda o de los juegos surreales de la poesía de Aleixandre.
De ahí todo fue, como quien diría, en picada. Cada poema fue más rápido e inclemente, más agresivo y despótico.Ya no se trataba de un problema semántico, era un tema de imágenes, de contexto, de un juego pragmático complejo. Era, por así decirlo, un intercambio de palabras, de ideas y sus consecuencias.  Era sencillamente, poesía.
Creo que en lo único que no congeniamos fue en nuestros conceptos periodísticos. La poesía se convirtió prontamente en notas de prensa, en artículos de opinión, en historias de vida tan reales que se encargaron de sustituir aquellos sueños propios de ver mi nombre en la portada de un libro, por esos que terminaron rubricando periódicamente en los diarios. El siguió con la poesía, fiel al amor que le teníamos, pero yo fui cambiando por un oficio igual de romántico y apasionado.
Lo escuché decirme unas cuantas cosas sobre lo que escribía. Creo, honestamente, que era la única voz que merecía atención cuando se trataba de una crítica, aunque debo aceptar, pese a que no debo decirlo yo abiertamente, muchas de ellas fueron buenas.
Cuando lo vi, acepté mis ganas de llorar, pero su sonrisa burlona de siempre me reprimió totalmente. “Hiciste lo que te dio la gana, compadre”, pensé para mis adentros, considerando que 38 años exactos (muy típico de él) fueron suficientes. Los muchachos querían tomarse unos rones en tu nombre, total, era tu cumpleaños.
Pero finalmente lo entendí. Esto era simplemente un viaje más de aquellos que le gustaba hacer. Una experiencia más para escribir. Un camino más que recorrer para ese que simplemente necesitaba algo más que contar. “Hiciste lo que te dio la gana, compadre”, pensé para mis adentros, nuevamente, esperando recibir de herencia algo que siempre trato de inculcarme: escribir es un oficio, y en el oficio de escribir no hay inseguridades ni medias tintas, simplemente hay un escritor y una hoja en blanco.
Después, aunque con pena, se me escapo una sonrisa… “Deséame suerte compadre… Gracias, y buen viaje”… le dije para despedirme, sin dejar de repetirme una y otra vez, que "vaina contigo, Gustavo Portella"…


¡Qué golpe aquel que aldaba
sobre el ébano frio de la noche!
se desclavaron las estrellas frágiles.

Todos los prisioneros percibimos
el descoserse de la cerradura.
¿por quién? ¿A dónde?

El sol su página plisada
entró por la rendija oblicuamente
iluminando el polvo

Descorrió la cortina su elegido,
y penetró en los ámbitos sonoros
del Triángulo y la espuma.

Nos dejó la burbuja de su ausencia
y la conversación de sus elogios.
Manuel Altolaguirre