junio 15, 2006


Desde hace algún tiempo tengo la costumbre de fumar en las noches parado frente a la ventana. Esas noches era común que mirara y hablara con las estrellas de las cosas que estaba pasando y de lo que debería hacer para resolver aquellos asuntos que había que atender.
En ocasiones cuando la situación anímica era diferente, servía un trago de lo que hubiera y me sentaba a pensar o a leer. Podía quedar durante horas leyendo y bebiendo hasta que el sueño se adueñara de mis horas.
Cuando el ocio es mayor, juego con las formas que puede hacer el humo en el aire. El humo, cuando uno anda de fiesta, es un humo distraído, sacado a empujones de los pulmones, pues es sólo un humo sin importancia, despreocupado de realizar la danza hasta el bombillo. Este humo al que me refiero no es así: sale con una delgada línea filosa, para luego describir nuevas ondas en el ambiente que intenta parecerse a algo que sólo tiene un significado personal. De vez en cuando me gusta soplar las ondas para ver de qué manera se transforman para ordenarse de nuevo en el ambiente y convertirse en otra onda completamente nueva.
También me gusta ver como se quema el cigarro. Por ejemplo, me doy cuenta cuando fumo desesperadamente la punta roja del cigarro es mas larga. También, es común que cuando estas en periodos de stress siempre termina tirando la candela. Molesta porque siempre ocurre cuando uno esta mas ansioso por fumar. De todas maneras, cuando hay tiempo para eso, me gusta mucho ver como es que la línea color café que le da la vuelta al papel blanco, en especial cuando empieza a quemar las letras que están impresas. Por cada vuelta que das al filtro, te encuentras con que la onda va cambiando.
Deshacerse de la cola se ha convertido en un acto de habilidad tremenda, porque pareciera que cada vez la lanzo más lejos. Claro, encenderlo se ha convertido en todo un arte de la clase y el prestigio. El hecho de sacar el cigarro y tomar el Zippo para encenderlo haciendo los sonidos característicos, siempre termina llamando la atención de los curiosos, en especial, de lo demás que creen que poseen la misma clase al encender el cigarrillo. De hecho, podríamos decir que entre nosotros estamos destinados a vernos encender el cigarro para ver que podemos imitar, o en el común de los casos, de burlando de lo ridículo que el otro se ve haciéndolo (resulta obvio que es improbable que asumamos la ridiculez propia en esos casos).
A fin de cuentas, es increíble todo lo que puede ocurrir en nuestras mentes cuando fumamos. Creo que ciertamente nuestra profesora de francés tenía razón al decir que el cigarrillo estimulaba la creatividad, pero dejaba hedionda la ropa.


2 comentarios:

Anónimo dijo...
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